CABECERA POLIBEA LITERARIA mayo 2020
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Portada de De los dioses y del mundo / La piedad apasionada, de Fernando Savater

Necesitamos de Savater

por José Tono Martínez

Necesitamos de Savater más que nunca. Y quizá regresar a sus inicios como pensador, a su raíz de electrón radical y libre, es expresar esta necesidad del mejor modo posible. Y tampoco creo que hay un modo mejor para dar comienzo a esta colección Fuera de Lugar que volviendo a Savater, tal vez el filósofo español más original y decisivo de nuestro tiempo. Decisivo porque sólo Savater ha sabido o querido construir una obra que precisamente no estuviera exenta de su tiempo, sino que fuera rabiosamente contemporánea y partícipe de dicho tiempo. Una obra actuosa, como su escribidor, que no se esconde de los debates del presente. De ese modo, en toda la trayectoria de Savater, hay también una crónica que nos afecta, nos conmueve, nos provoca y nos sacude. Un combate contra la indiferencia, contra la indolencia. Y en cada crónica, hay un desdén, una desazón, un atrevimiento, una muestra de incomodidad frente a lo que se ve, frente a lo que se dice, frente a lo que se espera.
Los dos libros con los que se inaugura la colección Fuera de Lugar salieron a la palestra en torno a la fecha crítica para la historia española reciente de 1975. De los dioses y del mundo se publica en 1975, y La piedad apasionada se termina de escribir este mismo año, si bien se publica en 1977. El autor reseña en su prólogo que La piedad se ultimaba al tiempo que el dictador Francisco Franco se iba extinguiendo con el anteacto macabro de los fusilamientos del sábado 27 de septiembre de 1975, a un mes y medio de su propia muerte. Así, La piedad apasionada lleva un epígrafe que, como dedicatoria, es todo un alegato general contra la muerte, pero donde sin duda resuena el momento dramático que se está viviendo: «A los condenados a muerte por la Muerte».
Fernando SavaterY es que ambos dos libros son parte de este alegato mismo, y están íntimamente relacionados, pues proponen una quest de lo «sagrado politeísta en cuanto mayor proyecto político de los hombres», un alegato contra la creciente abstracción suprema, que es el hilo que conduce al monoteísmo de la Verdad, ya sea la de la ciencia, ya sea la de Dios. Frente a ese monopolio del Gran Hermano divino, Savater vindica aquel paganismo en el que «todo estaba lleno de dioses, pero ningún Dios estaba en todas partes», pues, acaso, un Dios omnipresente ¿no es un atentado contra nuestra libertad de pensamiento, contra nuestra intimidad, contra nuestra privacidad? Un Dios bondadoso, en verdad, no debería saberlo todo.
Los ensayos y artículos recogidos en este volumen nos permiten atisbar el Fernando Savater del inmediato futuro que le está esperando. Pero no son libros primerizos, sino todo lo contrario. Son dos libros esenciales, concentrados, y donde el pensamiento y el estilo savateriano −esa mezcla de rigor, ironía y educado cinismo a la inglesa, nunca exento de alguna clase de humor (witticism)— se halla presente in nuce, a punto de desplegarse. Aquí, sin circunloquios, podemos leer y atisbar al escéptico radical que se opondrá a todo género (dualista) de convencionalismo, al pesimista apasionado, y al discreto amador —pues de esto no hace bandera—. Y también asoma el individualista tolerante que se opondrá luego a la intolerancia y a la intemperancia ajena vindicando, para cada uno, la autonomía propia mediante el ejercicio de la «fastidiosa tarea de pensar (pues pensar no es justificar o excusar lo dado, sino inventar lo posible», nos dirá el pensador donostiarra. Y todo ello sin abandonar su gusto por la prosa bien escrita, por el «gran estilo» depurado, colmado de inesperadas paradojas y analogías y contraposiciones que ya le son propias, como quería el último Nietzsche.
En sus varios prologuillos, escritos para la ocasión, el propio Savater advierte que su deseo hubiera sido el de escribir un «panfleto vacilante» o un «manifiesto ambiguo» con objeto de poner en práctica una suerte de incredulidad radical contra todos esos lugares comunes del pensamiento contemporáneo, y cito algunas de las mores zaheridas por su pluma: el sociologismo, el materialismo, el cientificismo en filosofía, la beatería contracultural, el exceso de abstracción como núcleo sustentador del Estado, los tópicos de la sociedad biempensante, las utopías salvíficas y las utopías escondidas de los reaccionarios del status quo. El autor no menciona aquí la plaga de los nuevos nacionalismos y localismos —pues no era este el objeto de estos libros y aquellos por entonces apenas emergían—, y a la que dedicará, años después, lo mejor de sus años de activista, una plaga que, sin duda, podemos incluir, anticipadamente, en el género de las utopías salvíficas censadas en 1975.
La piedad apasionada, un libro religioso a la antigua y muy querido por su autor, reclama una forma del obrar frente a toda forma declarativa de la fe, frente a todo yo creo. Esta forma del obrar que propugna la pietas pagana quiere fundar un pensamiento sustentado en la transgresión de los límites de lo útil y lo decente para alcanzar una comunidad impecable, donde no prime lo utilitario abstracto sino lo sagrado concreto. Y esta es o puede ser la base de una revolución o rebelión que, sobre todo, lo es contra la Muerte, contra su necesidad, y contra un mundo organizado en torno a la idea de la muerte, y de una religión de la Muerte. Así, para Savater, «la ética se debe preocupar por rechazar lo que nos sobra: la necesidad de la muerte».
Tanto La piedad como De los dioses, incluyen una serie de revisiones dedicadas a autores centrales que luego acompañarán a Savater a lo largo de su peripecia vital: Spinoza, Hölderlin, Cioran, Heidegger, Nietzsche, Swift, así como pequeños y premonitorios ensayos acerca de variados temas, la cultura, el gozo, la filosofía española y otros. Estos dos libros tan íntimamente relacionados, y tan poco conocidos por el lector avisado de hoy, idealmente representan el espíritu de la colección Fuera de Lugar, que se abre camino en el sello Polibea, un espacio recoleto que recogerá aquello sustancial que hemos olvidado de nuestros autores contemporáneos, sin distinguir género literario, y también aquello otro que no pudo verse en su momento, por estar, precisamente, fuera de lugar, quizá algo desubicados, en tiempo y lugar inconvenientes, algo que, tal y como están las cosas, sea tal vez la mejor manera de estar.

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