haces. muros
- Federico Ocaña -
En un arte de acumulación como suele ser el de la poesía resulta extremadamente inhabitual toparse con la maestría de una perspectiva contraria: así, el silencio, no solo como renuncia sino como elemento estructurador, arquitectónico casi, es una apuesta arriesgada pero válida y no menos abarcadora que la propuesta del largo aliento y el discurso fronda. En haces. muros Federico Ocaña nos ofrece una oportunidad única para asomarnos, como al fondo de un pozo (apenas sujetos al brocal, el aliento sujeto a la nada de la lengua, la tierra al borde mismo del roce), a las fronteras íntimas de la expresión humana.
Muchas son las prevenciones del lector ante obras, como esta, tan contenidas y apenas susurradas; muchos los prejuicios que hacen buscar en esta alternativa poemática virtudes que no pueden, por mera imposibilidad formal, corresponderle, y defectos que solo se entienden como tales si se adopta una postura dogmática y carente de visión de conjunto. ¿No es el Génesis una sucesión de silencios destinados a reflejar la mayor de las inmensidades? ¿Qué haríamos sin los vacíos, por involuntarios que sean, de Anacreonte, Safo, Alceo y Catulo? ¿Una sola letra más no atiborraría de texto el Cantar de los Cantares y el Cántico Espiritual? ¿Cómo podrían siquiera funcionar el haiku o el proverbio; cómo las rubaiyatas, Bécquer o Mairena; cómo la rosa y sus espejos? ¿Qué se haría de nuestra propia vida si ya estuviera dicha y certificada por escrito? Solo un fetichismo, muy occidental, de letras y tinta puede explicar el generalizado disgusto que nos suele producir el alcanzar, aunque sea tanteándolo solo con la punta del zapato, el límite de lo inefable.
Porque admiran el Velázquez de la corte y el Velázquez italiano; porque viven y respiran aires tan diferentes el Bach de los Conciertos de Brandenburgo y el Bach de las Variaciones Goldberg; porque igual de penetrantes son las indagaciones de Chopin y de Satie, e igual de perturbadores son Miguel Ángel y Giacometti, Caravaggio y Hopper, Durero y los Maestros de Chauvet; porque han de existir tantas técnicas como necesidades exija el arte, han de existir libros como haces. muros.
Con su afiladísima inteligencia, Federico Ocaña nos hace partícipes del atisbo (más que de una panorámica, más que de un tratado): sin adornos, en crudo, sobre la nítida constancia de que la búsqueda del centro de las cosas es un torpe y gastado juego de salón, la palabra en haces. muros adquiere una dimensión, al tiempo, aérea y sólida; se explora a sí misma desde la convicción de que hay una personalidad musical en la piedra, un alma de palpable corporeidad en cada recodo de la nada.
Las indicaciones de la partitura son escasas, pero férreas; las notas dejan espacio a una voz de vacío. Rompe a hablarse el mundo y son la luz y el muro dos caras de un mismo significante pero disculpen mi incoherencia: al tratar de ponerle tinta a un lienzo que no debería sostenerla, ya estoy diciendo demasiado.
- FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ MORÁN.
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donde no suena el silencio.
ahí me diste a luz muda de sombra
en tu primer vientre grité. los sonidos
rotos
FEDERICO OCAÑA
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plano nace el límite de la luz
viene tu paso.
ábrese grieta a penas
FEDERICO OCAÑA |
del hambre de palabra a
vuelo de un ave. en blanca extensión
de pájaro qué sonido
no emites
FEDERICO OCAÑA
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huella de mí. haz lengua
haznos uno
un cuerpo. haznos dos cuerdas
haz de cuerdas roto
dos voces
FEDERICO OCAÑA |