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En un arte de acumulación como suele ser el de la poesía resulta extremadamente inhabitual toparse con la maestría de una perspectiva contraria: así, el silencio, no solo como renuncia sino como elemento estructurador, arquitectónico casi, es una apuesta arriesgada pero válida y no menos abarcadora que la propuesta del largo aliento y el discurso fronda. En haces. muros Federico Ocaña nos ofrece una oportunidad única para asomarnos, como al fondo de un pozo (apenas sujetos al brocal, el aliento sujeto a la nada de la lengua, la tierra al borde mismo del roce), a las fronteras íntimas de la expresión humana. Porque admiran el Velázquez de la corte y el Velázquez italiano; porque viven y respiran aires tan diferentes el Bach de los Conciertos de Brandenburgo y el Bach de las Variaciones Goldberg; porque igual de penetrantes son las indagaciones de Chopin y de Satie, e igual de perturbadores son Miguel Ángel y Giacometti, Caravaggio y Hopper, Durero y los Maestros de Chauvet; porque han de existir tantas técnicas como necesidades exija el arte, han de existir libros como haces. muros. Con su afiladísima inteligencia, Federico Ocaña nos hace partícipes del atisbo (más que de una panorámica, más que de un tratado): sin adornos, en crudo, sobre la nítida constancia de que la búsqueda del centro de las cosas es un torpe y gastado juego de salón, la palabra en haces. muros adquiere una dimensión, al tiempo, aérea y sólida; se explora a sí misma desde la convicción de que hay una personalidad musical en la piedra, un alma de palpable corporeidad en cada recodo de la nada. (Del prólogo de Francisco José Martínez Morán.) |
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